Por Cristina Márquez
Escalada, trecking y andinismo son algunas de las actividades de turismo sostenible que se ofertan en la Reserva de Producción de Fauna Chimborazo. Allí, cuatro asociaciones comunitarias cuentan con guías nativos, un restaurante y un sitio de alojamiento.
Los emprendimientos que ofertan los servicios turísticos en la Reserva se capacitaron para realizar sus actividades, sin causar impacto ambiental en ese ecosistema tan delicado.
Hay opciones para disfrutar en familia. En la parte baja de la Reserva se pueden observar las tropillas de vicuñas que caminan libres junto a la vía Riobamba–Guaranda. Allí también se puede disfrutar de la gastronomía tradicional y de la escalada en roca natural.
En La Chorrera, un encañonado situado a 40 minutos de Riobamba, en la parroquia San Juan, hay más de 100 pistas de escalada de diversas dificultades. Hay pistas incluso para quienes nunca han practicado este deporte y otras de alta dificultad, para escaladores profesionales.
Allí hay un emprendimiento familiar que ofrece el servicio de alquiler de los equipos para escalar, así como la compañía de un instructor experimentado.
También en la parte baja se ofrecen recorridos por los senderos naturales. Los más pequeños incluso pueden alimentar y pasear a las llamas y alpacas de la comunidad Palacio Real, donde también está el museo que cuenta la historia de estos camélidos en Chimborazo.
Los recorridos a la laguna congelada y al templo Machay son algunos de los predilectos. No se requiere la compañía de un guía para acceder; sin embargo, se recomienda tener precaución debido a la altitud.
Son recorridos de dificultad moderada que se hacen en un tiempo promedio de dos horas. La ruta tiene una distancia de dos kilómetros.
El turismo ayuda a la conservación ambiental en la Reserva
Olmedo Cayambe, dirigente comunitario y promotor turístico, cuenta que las más de 400 familias que viven en la Reserva dependen principalmente del turismo. Antaño ellos se dedicaban a la crianza de ovinos para la venta de la carne y la lana.
Pero el sobrepastoreo estaba matando la reserva. Esos animales, por no ser endémicos de la zona, estaban acabando con los pajonales y las almohadillas que recogen el agua y la liberan lentamente.
La pérdida de la vegetación causó que el suelo empezara a erosionarse y que las vertientes de agua disminuyeran su caudal. Hace 20 años la gente empezó a reemplazar los ovinos por camélidos andinos, que sí son nativos del lugar.
Criarlos, lejos de causar un perjuicio al ecosistema, ayudó a que la vegetación nativa volviera a brotar. Los comuneros aprovechan las fibras suaves de las alpacas para hacer artesanías de altísima calidad, abrigadas y suaves al tacto. Se pueden adquirir en cuatro tiendas comunitarias.
Cayambe cuenta que también ofrecen otros servicios para los turistas como convivencias con la comunidad, noches culturales, visitas a las chozas nativas.
«Cada vez que los turistas nos visitan y consumen los servicios que ofrecemos nos ayudan a seguir cuidando el medioambiente. Esperamos seguir viviendo del turismo y de las alpacas para que el ecosistema no se dañe nunca más», dice Cayambe.
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