Ángel Palacios, guardaparque en el Parque Nacional Sangay

Ángel Palacios cuida la zona alta del Parque Nacional Sangay desde hace 38 años. Foto: Cristina Márquez

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Ángel Palacios: ‘La conservación ambiental es un oficio incomprendido, pero gratificante’

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Por Cristina Márquez

«Cuidar de la naturaleza, los animales y las plantas es lo mejor que me ha pasado en la vida. En 1984 me vinculé al Maate (Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica) y he trabajado en varias zonas del Parque Nacional Sangay.

He estado en la zona baja, en Morona Santiago, pero mi sector favorito es la parte alta, entre los 2000 y 3600 metros de altura sobre el nivel del mar.

Yo nací en Río Negro, una parroquia de Baños de Agua Santa (Tungurahua), y he vivido en la zona de influencia del área protegida desde mi infancia.

Conozco cada sector, la vida en las comunidades y colonias, los animales y las leyendas que siempre nos han contado nuestros antepasados, sobre la selva y sus habitantes.

Antes, en esta zona era una tradición normalizada la cacería de animales y la tala de bosques, la gente lo hacía como un modo de supervivencia. El cuidado ambiental no estaba normado.

Ángel Palacios, guardaparque en el Parque Nacional Sangay
Ángel Palacios es uno de los guardabosques más antiguos del Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica. Foto: Cristina Márquez

En 1981, el Gobierno empezó a proteger el ecosistema y se instaló una guardianía. Yo me sumé al equipo solo tres años después. Pertenezco a la primera generación de guardaparques del país.   

Los primeros años de servicio fueron complicados. La gente nos rechazaba, no entendían por qué no les permitimos cazar ni dañar la vida silvestre, no estaban conscientes del daño que le estaban haciendo al medioambiente.

Nos costó mucho trabajo enseñar a la gente de las comunidades y colonias -que viven en el área de influencia y en la zona protegida- cómo cuidar del ecosistema y las razones para no dañarlo.

Empezamos a prestar servicio en las comunidades. Les ayudamos a hacer huertos familiares y les colaboramos en sus actividades comunales. Además, hemos hecho de todo para acercarnos a ellos y ganarnos su confianza.

Esa estrategia fue muy efectiva. La gente que vive aquí ahora depende en su mayor parte del turismo y se han convertido en aliados para el equipo de 16 guardaparques que cuidamos de esta zona.

Ellos a veces nos avisan cuando algo está pasado en la selva, cuando hay cazadores o gente intentando atrapar animales. Es gratificante ver cómo ellos ahora están comprometidos con la conservación, a veces incluso nos acompañan a los recorridos de verificación.

Ángel Palacios es uno de los guardaparques del Parque Nacional Sangay
Ángel Palacios se inició en esa profesión a los 24 años, tras ganar un concurso de méritos y desde entonces su vida se volvió una constante aventura. Foto: cortesía del Ministerio de Ambiente

En la zona alta casi no se presentan novedades. La gente que vive aquí ahora está interesada en el cuidado del ambiente porque sus emprendimientos ecológicos dependen de los visitantes del Parque Nacional Sangay.

En la zona baja, donde está el área de amortiguamiento del Parque, las novedades son más frecuentes. A veces nos encontramos con personas que intentan cazar guatusas, guantas, pavas o sajinos. También hay personas que extraen plantas, especialmente orquídeas.

Cuando nos encontramos con casos como estos, los abordamos, dialogamos con ellos y les explicamos la normativa del área protegida.

Afortunadamente las infracciones ambientales casi nunca se comenten, logramos detenerlas a tiempo. Esta parte del Parque está tan cuidada, que en ocasiones hemos observado grupos grandes de animales como puercos sajinos descendiendo de las montañas.

Cuando recibimos alertas de animales bajando a zonas pobladas, todos trabajamos para guiar a los animales por el camino de regreso a la montaña. Lo hacemos rústicamente, trazamos un recorrido para que puedan volver y los ahuyentamos de las zonas de peligro.

En mis años de servicio he podido ver esto varias veces y con diferentes tipos de animales. En una ocasión, estaba retornando a la oficina de la guardianía y escuchaba chillidos a lo lejos. Cuando fui a verificar de dónde provenían me di cuenta que era un cuchucho hembra (coatí) con seis crías intentando cruzar la carretera.

Tuve que parar el tránsito para que los autos no atropellen a los animales. Es una de las mejores experiencias que he vivido porque pude ver a la mamá llevando a sus crías, de uno en uno, hasta cruzar la calle. Me impactó mucho, como el amor maternal es evidente en la naturaleza.

No todas las experiencias han sido tan agradables como esas. A veces este trabajo implica hasta semanas enteras de caminatas en las montañas, hay sitios sin acceso a vehículos que recorrimos cuando estábamos delimitando la reserva. En una ocasión nos sorprendió una lluvia torrentosa que nos dejó empapados; se mojó también nuestra carpa y todos los equipos, esa fue la noche más larga de mi vida.

Ahora que estoy por terminar mi vida laboral pienso en todo lo que he vivido y los esfuerzos grandes que he hecho junto al equipo de guardabosques para conservar la vida silvestre en el Parque Nacional Sangay y me siento agradecido por todos los lugares que conocí.

He sido testigo del cambio en la mentalidad de la gente, parecía imposible luchar contra la caza ilegal, pero lo logramos.

Sé que pronto tendré que entregar esta responsabilidad a mi relevo. Confío en las nuevas generaciones, los jóvenes son una esperanza para la conservación y estoy listo para hacerlo. Pero, mientras tenga fuerzas, nunca dejaré de cuidar el Parque Nacional Sangay, el sitio en el que nací y en el que me quedaré hasta el final de mis días».

Ángel Palacios es uno de los guardaparques del Parque Nacional Sangay
Ángel Palacios cuida la zona alta del Parque Nacional Sangay desde hace 38 años. Foto: Cristina Márquez
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