Por Isabel Alarcón
Desde el puerto de Hualtaco hasta la playa de San Gregorio, los visitantes pueden conocer de cerca cuáles son las amenazas y las características de uno de los ecosistemas más frágiles del planeta y del Ecuador. La Ruta del Manglar, ubicada en El Oro, abarca 10 kilómetros de estos bosques y convoca cada año a alrededor de 1 000 personas.
Pedro Ordinola es uno de los guías que recibe a los turistas. Tras 40 años de dedicarse a la extracción de cangrejos, dejó esta labor para vincularse a los temas de conservación. “Me enamoré del manglar”, dice este ex cangrejero de 65 años, que ha visto de cerca la destrucción de este ecosistema.
Hace unos 40 años, cuenta, trabajaba entre cuatro y cinco horas y recogía 120 cangrejos grandes. Ahora, sus compañeros capturan entre 30 y 40. Por otro lado, recuerda que los bosques de manglar cubrían grandes extensiones, pero ahora hay fragmentos donde se continúa explotando sin control los recursos y los impactos de la industria camaronera siguen presentes. Los últimos datos revelan que de las 70 mil hectáreas que había en los años 80 en El Oro, ahora quedan 18 mil hectáreas.
Este escenario lo motivó a ser parte de la iniciativa de la Ruta del Manglar, que la organización Green Jewel junto con las comunidades participantes crearon en el año 2004. Su motivación ahora es transmitir a los visitantes el amor que siente hacia estos bosques para que contribuyan a protegerlos.
Al iniciar la ruta a bordo de un barco que sale del puerto de Hualtaco, Huaquillas, las personas tienen contacto con una variedad de especies de aves, anfibios, peces, cangrejos y moluscos.
Ordinola les explica acerca del mangle rojo, que es el que se encuentra en la orilla o resiste el oleaje, también les señala el mangle blanco, que es el que se encuentra un poco más adentro, y por último observan los dos tipos de mangle negro.
Durante la ruta las embarcaciones pasan por algunos atractivos como los conchales, que son asentamientos ancestrales. Allí se pueden observar sedimentos y cerámicas milenarias. “Es como entrar a un túnel del tiempo”, dice Ordinola. Si tienen suerte, aparecen animales como las iguanas.
Después se continúa hacia la isla de los pájaros, el recorrido de los manglares, la comunidad de isla Costa Rica y la playa de San Gregorio. En el año 2019, previo a la pandemia, se incluyó una visita a la Reserva Ecológica Arenillas como uno de los atractivos dentro de la ruta.
Ángel Hualpa, coordinador de la organización de conservación Green Jewel, explica que la idea de esta iniciativa es proporcionar información a las personas para que conozcan más sobre la importancia del manglar y sobre el origen de la biodiversidad que llega hasta sus platos, como el cangrejo y la concha.
Como parte del recorrido, los visitantes participan en la extracción de ambos recursos junto con los pescadores. Además, se les explica la necesidad de que exijan productos que cumplan con las leyes. Por ejemplo, que respeten las vedas o que denuncien si es que llega a su plato una concha con un tamaño menor a 4,5 centímetros.
“El objetivo es sensibilizar, pero también tomar acción en cuanto a lo que podemos hacer. En este caso los visitantes son los consumidores que deben exigir productos de calidad”, comenta Hualpa.
Otro de los puntos importantes de esta iniciativa es que los restaurantes, sitios de alojamiento o centros que son parte de la ruta no pueden usar plástico, ya que este es uno de los grandes contaminantes del manglar.
Actualmente participan dos comunidades: isla Costa Rica y comuna San Gregorio. Ordinola explica que en Costa Rica se capacitó a las personas en temas de gastronomía y se promueve que los visitantes pasen la noche allí, ya sea en carpas o en las casas de los comuneros. En San Gregorio se motiva a los visitantes a conocer y caminar por la playa de hasta 4 kilómetros y a disfrutar de su agua cristalina y sus oleajes.
Para Hualpa, hay mucho desconocimiento sobre las interacciones que se dan en la zona marino costera y sobre el manglar que se encuentra en el sur del país. Con esta ruta esperan que se difunda más sobre la problemática y sobre la dependencia que tienen todos los ecuatorianos en estos ecosistemas, que cada vez son más pequeños.
Las amenazas para los manglares persisten en Ecuador y en el mundo
Los manglares actúan como un escudo de protección ante el aumento del nivel del mar, absorben carbono de la atmósfera y son el hogar de especies que representan la principal fuente de ingresos en las zonas costeras.
Según un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), cada hectárea de bosque de manglar representa un valor estimado de USD 33 000 a USD 57 000 cada año. Por otro lado, pueden extraer hasta cinco veces más carbono de la atmósfera que los bosques de tierra.
A pesar de su importancia, no se habla de los aportes de estos ecosistemas para el planeta y de las graves amenazas que enfrentan. Según la Organización Naciones Unidas (ONU), la tala de manglares relacionada a la cría de peces y camarones ha ocasionado la pérdida del 20% de estos bosques en el mundo.
“El tema de la deforestación ha disminuido sustancialmente en los manglares de Ecuador, pero es porque ya no hay qué más tumbar”, dice Hualpa. De acuerdo con el investigador, hacen falta procesos de restauración y recuperación de estos ecosistemas.
Uno de los mejores indicadores de la situación de los manglares es la producción. Un manglar en buen estado produce grandes cantidades de concha y cangrejo que sacan los recolectores. En un momento, recuerda el especialista, se sacaban hasta 1 500 en cuatro horas y ahora no llegan a 100, lo cual indica una situación crítica.
Según datos del Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica (MAATE), el país tiene alrededor de 160 000 hectáreas de manglar que se extienden en las provincias de Esmeraldas, Manabí, Guayas y El Oro. También está presente en las islas Galápagos.
Existen programas nacionales como Socio Manglar que, hasta el 2021, contaba con 37 900 ha en conservación, y recibía un aporte de USD 425 900 anuales. Además, 70 mil hectáreas de manglar han sido entregadas en custodia a 61 organizaciones de las cuatro provincias costeras.
Para quienes ven de cerca la destrucción del manglar, como Ordinola, la situación es desesperante. Por eso, lleva a cabo charlas y actividades para difundir la importancia de la conservación en asociaciones pesqueras. Todas las semanas motiva a sus ex compañeros a respetar las vedas y las tallas mínimas y espera que haya más regulaciones en torno a la actividad camaronera en El Oro.
Su mayor esperanza está en las nuevas generaciones. “La preocupación mía es que alguien coja la batuta, pero no he encontrado a alguien que lo haga hasta la fecha”. Ahora se dedica a promover la necesidad de proteger el manglar en escuelas, colegios y en su familia.