Por Cristina Márquez
La neblina es espesa en esta época del año en la comunidad Chorrera Mirador, ubicada en las faldas del volcán Chimborazo. La temperatura en las primeras horas de la mañana no supera los 5 grados centígrados.
Pero ni el frío ni el suelo lodoso ni la escasa visibilidad impiden que las familias del pequeño poblado recorran los páramos con su rebaño de alpacas.
«Las llevamos a pastar a los pajonales cada mañana, regresan en la tarde a los corrales», dice tímida María Apugllón, quien para cumplir con sus faenas diarias en el campo viste el atuendo tradicional de la cultura Puruhá: un anaco negro, una bayeta verde, un sombrero de lana de borrego y una kawiña (faja tejida que sujeta su anaco).
Ella es socia de la organización de mujeres Waman Way y de la Asociación de Alpaqueros de su comunidad, integrada por 48 familias. Estas agrupaciones se dedican a la conservación de los páramos y al aprovechamiento de las fibras que se obtienen de las alpacas.
Las alpacas preservan el ecosistema andino
A diferencia de otros animales como las reses y borregos, las alpacas son originarias del páramo, por lo que su crianza no afecta al medioambiente y contribuye a la conservación del delicado ecosistema de la Reserva de Producción de Fauna Chimborazo.
Sus patas tienen dos dedos con uñas y una almohadilla que impide que sus pisadas estropeen la vegetación nativa. Las pezuñas de vacunos y ovinos, en cambio, dañan las almohadillas de páramo (azorella penduculata), una planta que actúa como una esponja –atrapa la humedad y la libera lentamente en forma de gotas-.
«Las almohadillas son el alma de los páramos y su función es indispensable en el ciclo del agua. Cuando los animales introducidos al páramo las pisotean ellas mueren, se pierde la cobertura vegetal de la tierra y el agua de las lluvias no se retiene, sino que más bien arrastra el suelo y lo erosiona», explica Ángel Badillo, investigador ambiental.
Las alpacas, además, abonan los suelos donde son pastoreadas. Otra característica de los camélidos andinos es su mordida.
Su dentadura es cortante, por lo que las plantas que ingieren, principalmente pajonales, pueden volver a retoñar. Mientras que otras especies introducidas arrancan las plantas de raíz para consumirlas. Esa es la razón por la que hace 22 años los páramos de esa zona se estaban quedando sin agua.
Los protectores del páramo
Varias organizaciones se comprometieron con el cuidado ambiental y convirtieron a los comuneros en los principales protectores del páramo.
Lo lograron a través de la capacitación, de los programas de concienciación y de la propuesta de alternativas sostenibles para la subsistencia de la gente como la manufactura de artesanías y el turismo.
Olmedo Cayambe, dirigente de la Corporación de Turismo Comunitario de Chimborazo (Cordtuch), dice que el paisaje se veía distinto hasta el 2000.
En esa época las familias subsistían únicamente de la crianza de borregos y cada hogar tenía rebaños de hasta 3 000 animales.
El sobrepastoreo de ovinos estaba acabando con los páramos y se combinaba con otras prácticas que eran nocivas para el ambiente, como las quemas de pajonales.
«Fue muy difícil cambiar la mentalidad de los abuelos, cuando les propusimos cambiar los borregos por las alpacas dijeron que era imposible, que se van a morir de hambre», cuenta Cayambe.
Impacto en la vida de la comunidad
Heifer Ecuador, Ecociencia, la Prefectura de Chimborazo, el Municipio de Riobamba, entre otras entidades públicas y privadas han promovido programas de conservación ambiental en las últimas dos décadas.
Las comunidades Chorrera Mirador y Pulinguí San Pablo recibieron la donación de 24 alpacas en el 2000. El rebaño hoy suma alrededor de 160 animales adultos y ya casi no hay borregos.
La nueva actividad económica de los dos poblados es la crianza de las alpacas y el turismo comunitario.
Cada año decenas de turistas de varios lugares del mundo llegan a esos poblados para ascender a la cumbre del Chimborazo y para conocer a los camélidos que están salvando el medioambiente y el agua.
Los comuneros incluso cuentan con su propia operadora de turismo denominada Puruhá Razurcu, que ofrece a los visitantes la posibilidad de compartir con la comunidad sus faenas diarias en el cuidado de los camélidos.
Mujeres a cargo de tiendas de artesanías
Las mujeres, por su parte, fundaron dos tiendas de artesanías donde comercializan prendas hechas de las fibras de la alpaca.
«A nosotras nos enseñaron a tejer nuestras abuelas, pero ese conocimiento se había perdido, pensábamos que eso ya no era importante. Cuando el proyecto de las alpacas se inició tuvimos que volver a aprender y a rescatar esa sabiduría«, cuenta Ana Tenesaca.
En las tiendas de artesanías se exhiben guantes, gorros, pasamontañas, chalinas, bufandas y otras prendas hechas con fibras de alpaca. Sus costos oscilan entre los USD 10 y los USD 80.
Algunas están hechas únicamente con las fibras naturales, tienen tonos blancos, cafés y negros, que es el color natural del pelaje de las alpacas. Otras se tinturan con tonos más modernos.
Las mujeres ahora quieren exportar sus prendas y para ello necesitan mejorar la calidad de sus tejidos, recibir nuevas capacitaciones y adquirir insumos.
Este objetivo se truncó en el 2019 cuando, a raíz de las manifestaciones, hubo una caída del turismo comunitario que luego, en marzo del 2020, se complicó con la pandemia por el covid-19.
Ahora la Asociación inició una campaña de recolección de fondos a través de Greencrowds. La meta es obtener USD 10 000 en donaciones para colocar sus prendas en los mercados extranjeros, donde las fibras de alpaca son altamente cotizadas, y así continuar con el cuidado de los páramos.